Cuando tres meses atrás comenzó tu dolencia, tus compañeros nunca imaginamos que se iniciaba el capítulo final de tu vida.
Al principio, honradamente hablando, desestimamos la enfermedad que te aquejaba, pues pensábamos que esta iba a pasar; pero, con el transcurrir del tiempo y al ver que no sanabas, nuestra preocupación se hizo patente... y también la impotencia de que no podías curarte.
Y el desenlace, silencioso y funesto, acaeció este sábado, en plena Semana Santa. Te habíamos ingresado antes al hospital -¡quizá tarde!- en un intento desesperado por que recobres tu salud, notoriamente desmejorada... pero más pudo la muerte y te llevó, hermano nuestro.
Atrás quedaron, para el recuerdo, los días alegres, plenos de luz, donde tu amabilidad y tu sonrisa llenaban la atmósfera de nuestras labores cotidianas. Hoy miramos a nuestro alrededor y ya no estás...
¡Nos haces falta, Maestro!
Le damos gracias al Creador por habernos permitido conocerte, y en el trato cotidiano, llegar a quererte. Sabemos ciento por ciento que tu alma fue "derechita" al Cielo, porque para hombres como tú no cabe lo contrario.
Hoy, dentro de pocos instantes más, tus compañeros de faena estaremos en tu sepelio. En él, en silencio, cada uno de nosotros te dirá adiós a su manera. Yo creí que la mejor forma de honrar tu memoria era dedicarte estas palabras sinceras, que son nada en comparación del maravilloso ser humano que se nos fue.
¡Hasta la vista, don Walter! Ruegue al Padre Eterno por quienes quedamos aquí.
Que Dios se apiade de nuestras almas.
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