¡Ea, amigos del blog!
Cómo están. Los saludo en todos los rincones de este bello -pero maltratado- Planeta.
Esta vez les traigo una fábula. Corta ella...
Cortita.
Como en otras ocasiones, me gustaría contar con su opinión.
La última ocasión recibí dieciocho. Espero esta vez tener arriba de veinte.
La mejor de ella la publicaré. No la dejaré pasar por alto...
¡La gente del Club lee, piensa y debe opinar!
Bueno, no más palabras.
Aquí les va la fábula...
Ya saben, no olviden opinar.
Un abrazo y ¡hasta la próxima!
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Letras al inicio de semana
Cómo están. Los saludo en todos los rincones de este bello -pero maltratado- Planeta.
Esta vez les traigo una fábula. Corta ella...
Cortita.
Como en otras ocasiones, me gustaría contar con su opinión.
La última ocasión recibí dieciocho. Espero esta vez tener arriba de veinte.
La mejor de ella la publicaré. No la dejaré pasar por alto...
¡La gente del Club lee, piensa y debe opinar!
Bueno, no más palabras.
Aquí les va la fábula...
Ya saben, no olviden opinar.
Un abrazo y ¡hasta la próxima!
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Letras al inicio de semana
El rey y la hormiga
Cierta ocasión el rey de un reino muy poderoso salió a pasear por los alrededores de su castillo, como era su costumbre, aunque en esta ocasión, para no recibir halagos motivados por su jerarquía decidió ir solo y disfrazado, sin que lo sepa su guardia personal.
Como dueño de su palacio sabía por dónde salir y pasar inadvertido.
Una vez fuera, pensó: "Con este disfraz y asì vestido, de seguro no me reconocerán"... Pero se equivocó, pues adonde iba la gente se apartaba, le hacía una venia o hincaba la rodilla.
El rey, enojado por el fracaso de su plan, regresó al palacio y quiso desquitarse con lo primero que pasara delante de él. Como lo primero que pasó fue una hormiga, decidió pisarla, pero antes de que lo haga esta le habló diciéndole:
- Majestad, ¡no dañes a quien ningún mal te ha hecho!
- ¡Pero hasta tú me reconoces! -dijo contrariado el rey-
- ¡Qué culpa tengo yo -díjole la hormiga-, si por causa de sus costumbres, su alteza no sabe disimular!
Al oír esta respuesta, el soberano se tranquilizó y la dejó seguir en paz su camino.
Moraleja: -la pones tú-
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