Letras al inicio de semana
Todos aquellos que han alabado la pobreza material a lo largo de los tiempos merecen ser encasillados en dos grupos: en el de los idealistas o en de los hipócritas.
En el primer grupo están los santos, los filósofos y los jóvenes; en el segundo, los políticos, los gobernantes comunistas, ciertos líderes religiosos y todos aquellos que proclaman las bondades de una vida incómoda, muy austera y desprovista de satisfacciones materiales, a pesar de que ellos ¡vaya a ver cómo viven!
Para no ser injusto, claro que en el segundo grupo hay excepciones -muchas notables-, pero estas sólo confirman la regla.
Vivir sin dinero... vivir en la pobreza... ¡Qué crimen es sólo decirlo!
Estamos en un orden de cosas donde las diferencias sociales están dadas por la posesión de bienes materiales, por el acceso a estas y la capacidad de su disfrute. Si una persona o un determinado conglomerado social no dispone de las condiciones para tener o generar riqueza, quedan hechos de lado; por ende, se esfuma cualquier posibilidad real para su progreso.
Por eso, el autor de estas letras rechaza toda idea de vanagloriar a la pobreza material y sus secuelas, como ciertas personas -sobre todo del segundo grupo citado- lo hacen. En la vida diaria, en el quehacer mundano, lo que manda es tener dinero y por eso es que muchos de los que están -mos- excluídos luchan -mos- por poseer y/o generar riqueza.
Así de sencillo. No hay drama. Se tiene o no se tiene.
Por cierto, que quede algo en claro: no es malo tener bienes o aspirar a tenerlos, es más, es legítimo. Lo condenable es la forma en que se lo hace, y el no tener claro esto ha motivado a que la sociedad se corrompa a los niveles en que se halla.
Si las satisfacciones materiales se dieran para todos, la capacidad de admirar lo grande, lo noble, lo justo y lo bello sería más amplia y más plena, y el amor, negado por la sórdida brutalidad de la pobreza, habitaría tranquilo en el corazón de los seres humanos.
Autor: Augusto Muchosllanos